Abro los ojos. Afuera el mundo sigue su curso. No sé mi género ni mi edad. Veo a mi alrededor y un espacio caótico me absorbe. Cierro. Inhalo. Abro. Exhalo. El mundo ha sido ordenado. Levanto la mano para recoger la taza de café de papel y no la encuentro. Se ha movido un par de centímetros a la izquierda. ¿O la moví yo antes? No sé. El mundo vuelve a ser caótico. Cierro.
Me sorprende la capacidad de alienación que todos tienen. Pueden sentarse en un café, abrir un libro o un periódico o una computadora portátil o simplemente ver al espacio y alienarse completamente. Se aplastan en una silla y nada importa. Pueden haber hombres bailando desnudos frente a ellos o un loco sentado con una coca-cola hablando solo al techo y lanzando miradas a todos los demás; nadie se da cuenta.
Inhalo.
Los envidio. No puedo alienarme completamente. Y me agrada, porque veo siempre todo lo que está a mi alrededor. Pero en cierto momento, creo que esta apreciación artística de la belleza inherente del ser humando me mete en problemas. Porque al alienarte creas una burbujas, un campo de fuerza que nadie puede penetrar a menos que lo dejes entrar. Pero yo, al estar abierto a todo, no tengo campo de fuerza. Y todos pueden entrar. Por eso, en un café con un loco, siento su mirada más fuerte sobre mí. Y puedo levantar la cabeza y verlo viéndome. Porque sabe que yo lo permito.
Por eso en un camión urbano un hombre puede sentarse a mi lado y acusarme de marica e intentar ahorcarme, cuando hay hombres mucho más afeminado que yo a mi lado. Porque yo lo permito al reconocer su presencia a mi lado.
Exhalo.
Abro.
El hombre se ha movido. El mundo se ha vuelto caótico una vez más. O tal vez soy yo.
viernes, julio 03, 2009
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