Esto es un vacío de mis ideas, mis locuras, mis pensamientos. No soy yo el que escribe, es otro, cargado de significaciones de Gorostiza, Platón, Kant, Aristótles, Nietzche. Es un otro que no saber hallarle razón a la vida, o que si la halla, la pierde al instante por su efimereidad. Y es que en verdad, no hay razón de vida. Y deja tú que la halla, no hay razón del porqué de la existencia misma. No hay manera en que la existencia sea posible. La materia, la existencia misma, necesita de una forma para darle vida. Pero entonces, esa forma o debe haber estado antes que la materia o debe haber surgido con ella. Y si ese es el caso, entonces debe haber algo superior que les halla dado vida a una de ellas, o la forma es un ente superior que le dio vida. Pero, si ese el caso, entonces esa forma o fuerza superior debe ser la fuente de toda existencia. Entonces si hay una fuente, hay algo que creo todo. Eso me entristece y me asusta a más no poder. ¿Cuál razón de crear, si como fuerza superior, teóricamente inteligente, sabes lo que tus criaturas sufrirán? O si no tiene inteligencia, ¿entonces como ser que existe estoy solo en esta existencia? ¿No hay nada más allá que me aliente? Por que si lo hay, me entristece y me molesta que me haya creado para sólo verme sufrir o bien para aprender viéndome. ¿Se sentirán así los ratones de laboratorio?
lunes, noviembre 12, 2007
¿Porque?
domingo, noviembre 11, 2007
Muerte
"Que toda la vida es sueño
y lo sueños, sueños son."
Calderón de la Barca
"El sueño es cruel,
ay, punza, roe, quema, sangra, duele"
José Gorostiza.
Desde el espacio más ínfimo de mi ser, desde mi infinitud de hombre, desde mi mortalidad más eterna, mi muerte me está buscando. Lucho con los ángeles cual Jacob en el llano y venzo, quebrantando mi pierna y rompiendo mi ser en mil pedazos. Caigo en los espacio más pequeños del universo para buscarme en cada uno de los millones de infinitos de universos y me encuentro en cada uno d'ellos, clavado en una cruz de ónix obscuro, ahogado en un pozo de plata líquida, quemado en la hoguera infernal de una luz de diez mil soles eternos. Mientras más busco, más encuentro y menos soy de mí mismo. Cada pedazo de mi ser que encuentro en cada universo me vuelve más yo, menos humano. Más agua y menos vaso. Más sueño y menos forma. No me puedo detener, algo me empuja a hacerlo, un vaho sagrado inunda mi cuerpo y me impulsa a buscar, buscar, buscar. Tal vez soñar. Tal vez vivir. Tal vez, espero, morir.
jueves, noviembre 01, 2007
Parques v.1
and ingnite your bones
and I will try to fix you.
Caminaba lentamente por la vereda de cemento del parque, poniendo todo su empeño en hacer que un pie cayera frente a otro. Cada paso levantado parecía una eternidad perdida en el espacio infinito lleno de estrellas, sólo que ahora no había astros, ni luz. Solamente vacío, que más que llenar su vida le quitaba todo sentimiento o razón de ser. una máquina interna era lo único que lo mantenía en pie, un motor platónico que impulsada sus moléculas a moverse entre sí y chocar, a sus órganos a ponerse en acción y la sangre a correr por sus venas. Pero él no corría. No sabía lo que significaba correr, porque todo movimiento le era negado al intentar cruzar el umbral de la vida. Ese umbral que en algún momento le había parecido más que cruzado, ganado. Ahora le era imposible volver ahí, más imposible aún acercarse por el otro extremo. Sólo la inercia, la fuerza innegable del universo que movía galaxias enteras. Sólo la mente vacía. Sólo las emociones muertas.
Mientras avanzaba por el parque, las pequeñas luces en el cielos que alguna vez vio y que tintineaban con rastros de halos coloridos se apagaban lentamente. Las otras luces que brillaban en las torres delgadas y metálicas rodeando el parque hacían un pequeño desfile al apagarse también. Sólo quedaban él y los árboles en ese momento infortuno donde la noche ha muerto ya y el día se niega a nacer. Era el momento mágico de los antiguos, el momento más deseado por aquellos que mueven imágenes, el momento en que los muertos aún pueden danzar y ser vistos claramente por los vivos. Era el momento en que él más deseaba verlos, para unirse a su coro y su danza.
Pero no los veía. Le era negado ser de los muertos porque los deseaba, y le era negado ser de los vivos por rechazarlos. Sólo en esos momentos de las veinticuatro horas podía él estar en paz. No, ni siquiera en paz, en semipaz, porque la hasta la paz le era negada. En ese momento, lo que él tenía era el olvido, la bendita huida de Mnemosyne a paraderos más deseables donde él ya no era objeto de su tormento. Por eso pasaba las noches en velo, contaba los minutos para la llegada de este momento donde todo aquello que le atormentaba huía de su mente y de su cuerpo para permitirlo descansar, aunque fuera por el tiempo en que tarda una flor en abrir sus pétalos, tiempo en que dura una estrella al caer o un recién nacido en soltar el primer llanto. Por eso vivía. Por eso moría. Por eso estaba condenado al mundo.