Con la vida uno nunca sabe qué sucederá. Por eso mejor no espero nada, nada nada. Citando a la Gusana Ciega, "Es mejor esperar". Nada, agregaría yo. Es mucho peor cuando esperas algo, confiando en que la vida te será provechosa o mínimo algo divertida, y nada. No creo que los árboles esperen que la lluvia caiga, y por eso viven más que el hombre. El hombre tiene esta tendencia a esperar, esperar, esperarlo todo.
Esa noche, cuando te esperaba, todo parecía ser más sencillo. La luna sobre mi cabeza brillaba con una luz blanquecina, lechosa, que inundaba el parque entero e iluminaba las hojas, transformándolas de verde ocre a un color crema sucio, pero bello. Alrededor de ella, las estrellas parecían coronarla como la diadema de las reinas del oriente lejano. No había nada más en el aire, ni nubes ni aves ni nada. Sólo era la luna y yo. Ambos en espera de ti y de tu cuerpo, tan blanco como ella, tan lejano como ella, tan bello como ella. Pasaban los minutos, corriendo tras la manecilla del segundero de mi reloj de mano, y tú no llegabas. Yo caminaba con un toque de molestia, pero aún esperaba feliz. Fumaba un cigarrillo de los míos, esos que a ti te molestan tanto, dices que el humo te parece alejarme de ti. Pero no podía aguantarme más, tenía que hacer algo para no pensar en ti o voltear a ver al reloj. Porque cada minuto parecía acelerar su paso hacia mi propia destrucción, mi caída y tu huida. Porque ya no cabía duda. Tú no habías llegado, ni ibas a llegar. El parque sería mi única compañía. La luna ya había huido como tú. Era yo solo, sólo con mi soledad solitaria.