Contra toda corriente deseo luchar, contra todo deseo, contra todo obstáculo. Sucedió que hace tiempo, cuando aún era joven e inocente, bueno ni tan inocente y ni tan joven, pero sucedió que quería vivir un poco más, y caí en el mundo espiralesco del glam y el sinsentido. Quise ser como ellos, quise dejarme llevar por la vida, como los antiguos epicureistas, pero solamente termine en lastimarme más a mí. Caí aún más bajo al intentar justificarme ante mí mismo, mi ser. Después, con el paso del tiempo, extrañé ese sentido primario que todo ser extraña, esos brazos alrededor de mí como ramas de un árbol alrededor de un frágil nido de ave. Y busqué, busqué, busqué. Encontré brazos que me abrazaban y abrasaban y dolía, porque yo no sentía el abrazo a dar. Descubrí que necesitaba para recibir el abrazo, darlo yo de igual manera, o quizás más fuerte y poderoso todavía. Y como todo buen caballero andante, salí en busca de esos brazos níveos a los que poderme entregar y entregárseme pudieran. Y los hallé y no los hallé. Caí y no caí. Amé y no amé. Y el tiempo de los tiempo perdidos avanzaba, incesante, intolerante, indestructible. Mi cuerpo se rindió, totalmente, a esos brazos sin ser tocado, sin ser siquiera visto, por ser ellos los que lo eligieron a él. El tiempo perdido volvió y un punto de obscuridad, una leve partícula de existencia y esperanza, nació en la cegadora y blanca ser de ser.
viernes, septiembre 28, 2007
Autobiografia
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario